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lunes, 18 de agosto de 2014

Nacho Vegas trasciende en la clausura del Sonorama Ribera



Unos chavales, móviles en mano, se echan a una de las arterias principales del tráfico rodado en Aranda de Duero. Dicen que quieren hacerse un selfie mientras mueren atropellados. No serían los primeros, pero estos van de farol: el semáforo abre y todos corren a la acera. Afrontamos la jornada final de Sonorama Ribera en la villa burgalesa con el sol habitual y menú musical de tres platos en la plaza del Trigo. Para empezar, Ricardo Vicente, cantautor diferente, al que conviene escuchar y, mejor aún, leer su libro-diario de gira ¿Qué haces tan lejos de casa?, publicado el año pasado. Luego vienen los gallegos Maryland y Sexy Zebras, que terminan de embrutecer al personal a la hora del vermú. Al poco, Second protagonizan la sorpresa de la jornada: los murcianos saludan desde un balcón y bajan luego a tocarse unas canciones. Mientras, en la plaza de la Sal, Redbull coloca un trolebús con escenario en lo alto. Allí se despachan, entre otros, los madrileños S.C.R. (“Sota, Caballo, Rey”, dicen), que ofrecen un muestrario de rock stoner y setentero.

Pero, en la capital arandina, el vino siempre es una opción. La D.O. Ribera del Duero y Sonorama organizan catas de iniciación para aficionados al mundo de la uva fermentada. Poco más de un centenar de afortunados festivaleros viven esta experiencia hoy; aproximadamente, una cuarta parte de los que, pretendiendo inscribirse, se quedan fuera. Flequi Berruti guía las catas de ribera joven, crianza y reserva. Amante del vino, bodeguero y tendero (“no me gusta que me llamen enólogo”, dice), viene por octavo año consecutivo a ofrecer argumentos a la tribu de melómanos para maridar música pop y tinto de la zona. La clave del éxito de Flequi está en la sencillez de sus indicaciones. Por ejemplo: “Para distinguir las zonas donde se encuentran los cinco sabores en la lengua, hay que disfrutarlo e imaginar como si te estuvieras comiendo un chochito o una pollita”. Y, luego, se niega a detallar los frutos a los que debe oler una determinada variedad porque “es como si os digo que huele a monja del terciario, a su braguita, que me vais a decir a todo que sí”.


A las 7 de la tarde, recién abierto el recinto ferial, medio centenar de estudiosos aguantan el sol castigador por escuchar a los vascos John Berkhout. Una propuesta que sorprende cuando se les da por el arpegio acústico y por el neofolk que hereda, en ocasiones, armonías vocales de finales de los años 60 del pasado siglo. Tienen canciones que hablan de bosques y del poder eterno de la naturaleza. Posos del verdor norteño; mensajes emitidos desde el arraigo más directo aunque, paradójicamente, en una lengua tan poco propia como el inglés. Terminan con Cinematic, tema notable cuya escucha casera se recomienda a amantes de los Byrds psicodélicos y a cuñados modernos.

La cosa se pone seria con Belako, jovencísimos, alcalinos, también vascos, también anglófilos, que dinamizan el escenario principal con efectividad y contundencia innegables. En la carpa, en paralelo, Fabián y La Banda del Norte presentan una propuesta casi opuesta: la actitud y el carisma justitos, pero letras que conectan de verdad con la gente. Hay el doble de chicas que chicos en el público y esto es una noticia tan insólita como demográficamente natural. Tocan La huida y, en consecuencia, huyen.

Apunte de tendencias: dicen que lo hipster ya muere. Sí, pero la agonía es, en esencia, dolor. Un asunto es la barba soviética de pelusa; otro son las camisas estampadas y abotonadas hasta el cuello, o los pantalones con dobladillo, si tú quieres. Pero los calcetines altos pueden hacer que un alma sensible lo pase mal o fatal. ¿Cómo conjurarán luego la marca que dejan en la pantorrilla?

Y, en esto, cae el sol muy oportunamente para que salga Nacho Vegas. Morador de un planeta distinto al de Raphael, gran estrella de Sonorama Ribera 2014, el asturiano se diferencia del jienense en muchas cosas, desde luego. Por ejemplo, aunque ambos son artistas comprometidos, Raphael lo es con su público y Nacho con su propia creación. Dejemos al margen, en ambos casos, personaje y rumorología. Nacho Vegas no entona bien y lo sabe. No se mueve ni hace concesiones al espectáculo. Formalmente, sus temas tienen el rumbo abierto de aquellos de Bob Dylan: dependen, en último caso, de lo que sus versos demanden. Por ello, pueden terminar siendo piezas al estilo más o menos pop o letanías en bucle intenso. Hay pocos cantautores genuinos y personales, seamos sinceros, y no hay otro Nacho Vegas.

Sus canciones, universales desde la referencia local, hacen de él un imán. Y tiene una estupenda banda, eso sí. En Aranda se centra más en su último disco, Resituación (2014), y se hace acompañar por un orfeón de colegas: El Coro de Ladinamo y las voces del Patio Maravillas lo escoltan en Runrún y Polvorado. Para introducir la primera, el autor recuerda a los “inmigrantes tratados como ratas en las puertas de Melilla”, y continúa, con retranca astur: “No son indies tomando cerveza, pero son ciudadanos de ese lugar llamado mundo, también”. Vegas habla de “racismo institucional” en España y concluye: “La gente que nos roba nuestros derechos y nuestro dinero son blancos y de clase media-alta”. Su concierto, que alcanza el clímax con El hombre que casi conoció a Michi Panero, logra eso a lo que pocos aspiran siquiera: trascender más allá del polvo inmediato. Por eso, en la comparación, casi cualquier otra propuesta de la jornada parece un divertimento.

Nacho Vegas es también invitado de Duncan Dhu, con quienes comparte guitarrista (Joseba Irazoki) para cantar Entre salitre y sudor. Los Duncan son el dúo de Mikel Erentxun en solitario, porque Diego Vasallo sigue faltando en sus conciertos, aunque todos los músicos que hay en el escenario son soberbios. De ahí el llamativo arreglo swing de Jardín de rosas, que despunta entre otros pilares de la formación donostiarra. Como con Amaral, como ocurre indefectiblemente con lo popular, el público del festival disfruta el bolo profesional e implicado de Duncan Dhu, o más bien de Erentxun cantando, en buena forma, aquel repertorio. En algún lugar es otra de las más coreadas, hasta el colofón con Cien gaviotas.


Seguimos sin hallar el paradero de este centenar de aves carroñeras de costa que, en su momento, pusieron rumbo vaya usted a saber adónde. Desde luego, nadie está para desentrañar el misterio en Aranda de Duero, a más de 250 kilómetros del mar. Tal vez, los pájaros no iban a ningún lugar en especial y era solamente una canción, pero, casi tres décadas después de entrar en la banda sonora pija de los 80, el tema sólo ha conseguido extender su calado y acumular nuevas incógnitas. ¿Eran cien, de verdad, las gaviotas? ¿Quién hizo la estimación original? ¿Protección Civil o la delegación del Gobierno? ¿Dónde está realmente su autor, Diego Vasallo?

En Sonorama Ribera no avistamos gaviotas, en definitiva, pero sí otras aves más habituales en cualquier festival normal: el buitre de bar, el gavilán pollero y el aguililla común. Muchos de ellos bailan con Grises y, después, con Cut Copy. Los australianos vienen para defender su disco Free your mind (2013), y lo hacen con sobriedad y buen sonido. Sin embargo, se confirma que no tienen el tirón de otros grupos internacionales participantes en anteriores ediciones: ya hace un rato que la gente (que hoy ha acudido en menor número que en jornadas precedentes) ha comenzado a abandonar el recinto y el festival afronta su ocaso.

Todavía hay tiempo para que los franceses Exsonvaldes versionen el Enamorado de la moda juvenil de Radio Futura, y para presenciar la tercera y sorprendente aparición de Nacho Vegas, esta vez cantando Toro con El Columpio Asesino. La banda pamplonica había abierto con Babel, de su último disco: Ballenas muertas en San Sebastián (2014). Los Columpio han tocado en más de media docena de festivales este verano y son una buena opción para clausurar el escenario principal, bien entrada la madrugada. Pero, no vamos a engañarnos, la congregación anda ya bastante asilvestrada. Muchos, dando tumbos o rodando por los suelos. Pasa un señor cantando el himno futbolero de la UD Las Palmas. Todavía falta por salir Adanowsky, pero en Sonorama Ribera, igual que con el vino, uno siempre debe saber reservar una copa para la próxima ocasión. Será en Aranda de Duero, capital del lechazo al horno, en 2015.



Publicado en el blog por Fhara Hernández @FHARA_HV (México D.F.)

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