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lunes, 3 de diciembre de 2012

Nacho Vegas en el pabellón de heridos


l Dos generaciones y una ceja l Hacíamos que éramos felices
l Leyendo el libro de Carlos Prieto.



JOSÉ LUIS ARGÜELLES Pertenezco a una generación de héroes superfluos para cualquier historiador serio, una nota a pie de página cuando el tiempo nos cubra de sombras y espeso silencio. Éramos adolescentes cuando la Transición, así que sólo pudimos cultivar un antifranquismo de pegatina y postrimerías, claque menuda mientras nuestros mayores hablaban del mayo del 68 como si París fuera aún la gran fiesta a la que no habíamos podido entrar por falta de lecturas y del preceptivo DNI. A cambio, nos dejaron el ji, ji y el ja, ja de la «movida», aquellos bandos inusitados de Tierno invitando a colocarse y a estar al loro, los quinquis a los que cantaban «Los Chichos» y «Los Chunguitos» como si fueran los príncipes oscuros y colegas de una nueva caballería andante, el referéndum de la OTAN, las chupas de cuero y las chicas de ayer, un punk lánguido e inocuo, las reconversiones industriales, el «gonzalato» y tantos cadáveres cenicientos de heroína. Da no sé qué decirlo, pero el producto político mejor acabado de nuestra quinta crédula y dispuesta a encamarse con la fábula de la socialdemocracia demediada o con la del neoliberalismo rampante por el que trepó Aznar, fue la ceja de acento circunflejo de Zapatero. Cincuentón apenas, hoy nos parece casi el marchito tribuno de un galdosiano episodio nacional, el deudo ausente de los funerales de las ilusiones perdidas, este entierro flagrante del Estado del bienestar que Rajoy y los suyos ejecutan a toda prisa, no vayan a enfadarse los de la troika.


La generación siguiente fue casi por nuestros mismos pasos, sólo que aprendió mejor el inglés y a manejarse con las nuevas tecnologías. Cultivó un narcisismo más cosmopolita y perfumado, casi ayunos de compromiso político. Y también cierto estilo para sobrevivir en las rendijas del sistema, al socaire en muchos casos de las subvenciones de unos gobiernos que se las arreglaron para mantener durante años, en una especie de hermoso programa «Erasmus» inacabable, a aquellos jóvenes felices y nimbados, los cachorros de un continuado crecimiento económico, los hijos logrados del consenso constitucional de 1978. Uno de los frutos culturales de este retablo en el que se amalgamaban lo oficial y lo marginal, la supuesta contestación y la manifiesta asimilación, la ruptura y la dominante estructura, fue la música indie que floreció por estos pagos. El llamado «Xixón Sound», que vuelve a recordarse en estos días aciagos y ya está en los libros de los especialistas, fue un momento jubiloso de aquel tiempo de guitarras encendidas y conflictos apagados.


He ido sumariamente de generación en generación, como si fuera un orteguiano de andar por casa, para hablarles del nuevo libro de Carlos Prieto, «Cajas de música difíciles de parar o el desencanto de Nacho Vegas». Nos lo presentará el próximo miércoles aquí en Gijón, en el lugar en el que el cantautor al que se dedican esas páginas esclarecidas tuvo la osadía de inyectar unos cuantos gramos de angustia existencial y rebeldía vital a toda aquella música de cuando hacíamos que éramos felices, unos elegidos, los burladores de la apisonadora ambiente. Editado por Lengua de Trapo, confieso que he leído mi ejemplar de un tirón, como si fuera un excelente reportaje que nos relata no sólo la trascendencia musical de aquel doble disco grabado en 2003, sino también los pormenores de un expediente molesto. ¿Molesto? Sí, por cuanto nos retrata también en el cuadro general de una época que fuimos incapaces de moldear, vástagos de nuestra propia insuficiencia histórica.


A Nacho Vegas se le ha reprochado el cultivo de cierto malditismo deliberado, algo libresco. Son meras descripciones reduccionistas. Al menos sus canciones muestran una fractura, la profundidad de un desamparo, las contradicciones de un tipo vivo que no se ha dejado magrear por un estribillo y trata de sobrevivir sin engañarse sobre su propia fragilidad, que es un poco, al fin, la de todos. El pabellón de heridos crece y hay que decirlo.


Nota tomada de:  http://www.lne.es/gijon/2012/12/02/nacho-vegas-pabellon-heridos/1335327.html

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